Armando Navarro: Días de cine. Un recorrido en la memoria por las salas de León a finales de los ’70

por Armando Navarro «Navarrock»*
a partir de conversaciones con Esteban Cisneros

En los años ‘70, los cines eran los lugares favoritos de los leoneses. Había puñados de ellos alrededor de toda la zona centro de la ciudad. Entonces, León ya era una ciudad grande que superaba los 750,000 habitantes (hoy son dos millones). Las industrias dominantes eran el calzado y la curtiduría y había poca oferta de esparcimiento para los obreros. Había futbol, fiesta brava, box y lucha libre, pero eran espectáculos de fin de semana. La alternativa para los otros días fueron, entonces, los cines.

Yo, de niño, estudiaba en la escuela primaria Aquiles Serdán, mejor conocida como la Modelo, a la vuelta en la calle Juárez. A la salida, para mí era una tradición ir a ver las carteleras de estos cines: normalmente los lunes anunciaban los estrenos del fin de semana. En esa época, las películas de luchadores eran mis favoritas. Me tocó ver los estrenos de las películas de Mil Máscaras, el Santo y Blue Demon. Salía de la escuela, vagaba por el centro, merodeaba por el Reforma, el Américas, el Plaza, el Vera y el León. 

El edificio del Coliseo que sigue en pie. Foto: Ricardo Sánchez (Archivo Histórico Municipal)

Por la misma calle Reforma, pero en esquina con la Comonfort, se encontraba el Cine Coliseo, el famoso “Cine del Piojito”, como se le decía en aquella época. “No vayas a ese cine, porque se te pegan los piojos”, decía la gente adulta de ese tiempo. Comparada con las demás salas, este cine era el patito feo, la oveja negra de la familia. Pero, para mí y para mi bolsillo, era la primera elección.

Ahí recuerdo las matinés de los sábados y domingos, cuatro películas por un boleto. Había de todo. Comenzaban con las clásicas de Pedro Infante o Luis Aguilar, de corte ranchero; seguían con las de Viruta y Capulina en la segunda función; la tercera era, por lo regular, una comedia musical con los grandes del rock’n’roll: Enrique Guzmán, César Costa, Alberto Vázquez, Angélica María. En la función estelar ponían las películas de luchadores.

De niño, trabajé vendiendo calzado en la vía pública con mi tío Elías Martínez (1932-2002), precisamente a un lado del Cine Coliseo. Platicando con mi señora madre, me comentó que antes de casarse, en 1959, fue a una función ahí con mi abuela Romana Ayala; en el lobby del cine se encontró al mismísimo José Alfredo Jiménez, que estaba de visita por la ciudad y era asiduo cliente de las cantinas del centro. Él se le acercó a ella y le dijo que, a partir de ese día, podía entrar permanentemente al cine, ya que él era muy amigo del dueño. Ella dice que se contentó por el simple hecho de haberlo conocido. Lo describe como muy güero y muy fino al hablar.

Pero, con los años, el resplandor decreció. Ya para la década de los ‘70, era un cine distinto. Alrededor de él, ya se ve, existían varias cantinas: la Marinera, el Bar el Amigo, el Gato Negro, por mencionar algunas. Había para todos los presupuestos. A una cuadra, estaba la famosa Pulquería Rosy, en la esquina de la Miguel Alemán y la Nuevo León, en la zona roja de la ciudad.

El Cine Coliseo era clásico por su ubicación y su precio. Era el lugar favorito de los zapateros y los curtidores de esa generación. Aparte de cine, era una especie de hotel express, ya que muchas parejas de escasos recursos lo usaban como un rincón para satisfacer eso que llaman amor. También era un lugar de encuentro para la comunidad LGBT que aún se escondía y era mal vista. 

Era un cine grande, con luneta y balcón. Yo solía ir a las matinés, con público más familiar, pero las funciones vespertinas ya eran otro cantar. A mí no me da pena decir que frecuentaba el Piojito, aunque, eso sí, sólo para ver películas. Aquí quiero reivindicarlo porque es un cine que no suele aparecer cuando los historiadores de la ciudad hablan sobre el tema. Quizás por olvido, quizás por otras cosas, no lo sé y no voy a juzgar, pero el Coliseo fue un lugar —físico, mental y emocional— muy importante para un sector de la población de León que es parte fundamental de nuestra historia urbana. 

El Coli, como también le decíamos, fue demolido a finales de los ‘70 y se construyeron una serie de salas ya con un estacionamiento subterráneo. Ese edificio existe aún.

Ya decía que los leoneses siempre han sido cineros, así que quiero enumerar —de memoria— algunas otras salas en las que aprendí a ver y apreciar el arte del siglo XX, el que moldeó las sensibilidades y que fungió como educador sentimental de tantas generaciones.

Con el paso de los años ‘70 surgieron otros cines más modernos, como el Cine Insurgentes, ubicado a espaldas de la clínica T1 del IMSS en la colonia Jardines del Moral. A la par, el Cine Estrella, en el bulevar López Mateos esquina con Mérida, fue la opción para los habitantes del barrio del Coecillo. Ahí me tocó presenciar las primeras películas de ficheras.

Recuerdo que ya estando en la secundaria federal era típico ir a ese cine, porque el que recogía los boletos se hacía de la vista gorda y nos dejaba entrar siendo menores de edad cuando eran funciones para adultos. 

Estaba el popular Cine León, el más grande y cómodo, un cine de lujo para todas las clases sociales que también funcionaba como teatro: ahí se presentaron las famosas Caravanas Corona. Ahí llegó a tocar el mismísimo Bill Haley con sus Cometas. Se ubicaba en la calle Álvaro Obregón entre las calles 20 de enero e Hidalgo. Era espectacular en su confort, su acústica y su gran variedad de proyecciones de cine internacional, hoy convertido en una tienda departamental de la cadena Coppel.

Cerca de ahí se localizaba el Cine Vera en la calle 5 de mayo, a un lado de la Casa de las Monas, que fue cuartel de Pancho Villa cuando pasó por acá durante la Revolución. Ya existía hacia el final de los años ‘50. Años después fue demolido y se construyó un complejo de varias salas cinematográficas. 

A una cuadra hacia el sur, ya donde la calle cambia de nombre a Pino Suárez, estaba el Cine Plaza, enfrente de las famosas tortas del mismo nombre, quizás el único negocio viejo que existe hoy en ese sitio. Era un cine monumental que me recuerda mucho al Teatro Metropólitan de la Ciudad de México, hoy convertido en un importante estacionamiento con tres entradas por distintas calles: Pino Suárez, 5 de febrero y Emiliano Zapata. Este cine también llevó el nombre de Hernán, antes de ser el Plaza.

A unos pasos, en la esquina de Reforma y Pino Suárez, estaban los cines Reforma y Américas. Recuerdo con mucha nostalgia que mi señor padre (¡un abrazo grande hasta el cielo!) nos llevó a mis hermanos y a mí a esas salas a ver el estreno de Chabelo y Pepito, detectives allá por 1973. Fue un lleno espectacular y eso que fue un San Lunes, no en fin de semana.

En el Cine Reforma se proyectaban películas mexicanas y en el América, las extranjeras. Hoy día también están convertidos en un Coppel. Es un edificio al que visito semanalmente desde hace años, antes como público, hoy paga pagar los abonos semanales del crédito de uno de mis hijos. Eso me causa nostalgia, ya que me tocó vivir su esplendor y su demolición, y ahora su nueva función. Puedo hablar también de la Sala Madrid, que era el más pequeño de esa época, ubicado en la 5 de febrero, donde comienza la calle Independencia, lugar donde nací y donde vivo en la actualidad.

También en octubre del ‘73 abre el Cine Buñuel, ubicado a un costado del arco triunfal de la Calzada de los Héroes. Lo recuerdo con especial cariño, ya que ahí presencié una serie de películas de rock como The Wall de Pink Floyd, Gimme Shelter de los Rolling Stones, Bienvenidos a mi pesadilla de Alice Cooper, todas las del cuarteto de Liverpool —La noche de un día difícil, Help!, Submarino amarillo, Let It Be, Los Beatles en concierto—, entre algunas otras. Hermosos recuerdos de mi juventud.

El Cine Vera, ubicado en 5 de mayo, también fue demolido para convertirse en Cinemas Plaza Galerías. Había cuatro salas: Alfa, Beta, Gama y Delta. Decía en su publicidad de 1993: exclusivos, modernos, muy íntimos, nuevos, equipados, aire purificado, sonido Dolby ultra estéreo, butacas de 60 centímetros

Ya en esos tiempos, estaban en su apogeo los Cinemas Gemelos y Multicinemas de la Organización Ramírez. Un complejo estaba cerca de la estación de autobuses en López Mateos, que aún continúa. Otro, en el norte de la ciudad, en la Plaza Hidalgo.

A finales de los años ‘70 también surgieron otras salas, para mi fortuna, cercanos a mi casa, la casa de todos ustedes: los llamados Cines Independencia, ubicados en la calle Independencia entre Río Balsas y Río Pánuco, en el barrio de San Miguel. Las salas tenían nombres del zodiaco: Libra, Géminis, Virgo, Sagitario… Lo frecuenté muchas veces como adolescente a inicios de los ‘80.

Pero en esa época surgieron las videocaseteras Beta y, posteriormente, el formato VHS. Ahí comenzó un cambio gradual que ha desembocado en lo que vivimos hoy: el cine ya no es un ritual, ya no necesariamente se hace en bola con los amigos o en familia, ir a una pantalla grande ya no despierta las mismas emociones. Hoy, que tenemos pantallas por todos lados, la de cine es una más. En ese entonces, era todo lo que teníamos. Y cómo le sacamos jugo.

Así como la música, el cine hizo de mi generación lo que fue. Si me preguntan, esas fueron mis verdaderas escuelas. Y tuve los mejores maestros.

C/S.

*Armando Navarro (Navarrock para los amigos) fue promotor de rock, periodista, productor, locutor de radio y hasta músico ocasional desde el más absoluto empirismo. No es sólo el entusiasta más grande de la música de León: es su coleccionista más ávido y una enciclopedia andante de datos, anécdotas y grabaciones. Condujo el programa Rock Es Energía de XH-OI 92.3 (1986-1989); escribió para varios medios impresos, incluyendo la columna semanal de música El rincón del rock en el periódico El Nacional (1986-1989); fue promotor de conciertos y responsable de algunas de las tocadas de rock urbano mejor recordadas en la ciudad (desde la Concha Acústica del Parque Hidalgo hasta el Teatro Manuel Doblado, pasando por el Teatro del IMSS, las tocadas clandestinas y hasta algunos conciertos en El Guaje, ahora colonia Morelos, el barrio bravo más ídem de León), así como fundador de las fanzines Rugido Fuerza Rockera, de la revista Rock High y del colectivo RULG: Rockeros Unidos de León, Guanajuato. Fue manager del grupo Vixit y colaboró en la producción y distribución que se movió en países como España, Alemania, Japón y Centro y Sudamérica en su primera edición ya agotada. Ahora promueve su sello discográfico Rugido Records con reediciones de trabajos musicales de Cerebro, Marduk, Undersun, Blood Thirsty y otros más.

**Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, escritor, músico de tres acordes, lector, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico. Edita el fanzine y blog La Trampa del Bulevar y ha colaborado con periódicos, revistas de circulación nacional, otros fanzines y revistas digitales. Su libro Van Dyke Parks (un poemario sobre el genial músico estadounidense), ya está disponible en Amazon.

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