#20años11S – Fabiola Guerrero: Cataclismos

Son ya veinte años de los ataques terroristas a Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Es, probablemente, el acontecimiento que determinó una serie de cambios que aún no terminamos de asimilar o que, incluso, no han terminado de tomar su forma definitiva. Como parte de una generación que los vivió y creció a la paradójica sombra de unas torres destruidas, en La Trampa del Bulevar dedicamos una serie de textos a seguir intentando dar sentido a una historia de dos décadas que, sin embargo, continúa siendo confusa y elusiva.

por Fabiola Guerrero*

Qué son los días si no más que posibilidades perdidas. 
A diario, miles de rutas no serán tomadas.
Opciones descartadas, decisiones como oráculos:
un camino
un segundo
un avión
cataclismos en potencia,
cada capricho del “destino” nos deja a su merced. 

Alguna vez escuché que al perder una vida, además de ser una tragedia inmensurable, es también pérdida de potencial puro. 
Esta idea además de parecerme acertada, llegué a generalizarla. 
Perder vidas humanas implica perder un mundo de posibilidades:
Historias
Ciencia
Lo bello
Lo feo
El arte
¿Qué pasa cuando un museo en la tierra, en el cielo, cae
Dónde queda el arte.
Dónde está el arte.
¿En el ojo de quien lo percibe? ¿En la reproducción masiva? ¿En la sensibilidad del artista? ¿En el discurso que lo enaltece? ¿En el imaginario colectivo? ¿En el taller de un obrero?

A dónde se va el arte cuando nadie lo ve, cuando nadie lo percibe, cuando ya-no-es.

¿Qué pasa con los Miró, los Picasso, un Rodin cuando el fuego los funde?

Se nos ha enseñado a pensar en que esto es catastrófico, como si nos extirparan un órgano vital desde lo más profundo. Pensar en la muerte del artista podría ser más problemático… ¿A dónde va todo el arte que-pudo-ser?

Todas las posibilidades
Todos los colores
Las formas
El
La
Y

Aquel once de septiembre se perdieron vidas=posibilidades. 

Se perdió arte. 
Arte que fue destrozado, 
quemado, 
perdido para siempre. ¿para siempre? ¿perdido?
Y, con frecuencia, me lo repito: las cosas son cosas. Las cosas se caen, se rompen, se estropean, se acaban…
Y el arte, como ornamento o como sublimación y registro de la humanidad, puede también caerse, romperse, estropearse… ¿acabarse?

Cuándo sucede entonces el arte: ¿en el objeto o en los sentidos? ¿sigue sucediendo en los recuerdos?

Pero de las entrañas de lo que algún día fueron imponentes estructuras gemelas, esculturas se transformaron en algo más: emergieron del escombro, de la negrura, de un mar de muerte. Fueron regurgitadas para una segunda oportunidad, para contar una historia… una vez más. El arte fue intervenido por la tragedia para transformarse en lo que el arte mejor sabe, o puede, hacer: dar testimonio de lo que es y de lo que ya no es. De lo que hubo alguna vez.

¿Resulta trivial hablar del arte perdido el once de septiembre? Es difícil ignorar todo lo que se perdió ese día. Es difícil ignorar que ese día el nuevo milenio nos alcanzó y la realidad superó cualquier ficción. Pero el arte…

El arte como patrimonio universal de la humanidad, como el souvenir de la historia. 
El arte como anclaje que nos recuerda que aquí estamos y estuvimos. 
El arte como recordatorio de que estamos vivos, de que algo corre por nuestras venas. 
El arte, que en sus corrientes, estilos y vanguardias es siempre atemporal. 
El arte como máquina del tiempo que es cuando queramos que sea.
El arte como la materia, no se crea ni se destruye…
sólo es. 

Siempre es. 

Y qué suerte que es. 

* * *

El 11 de septiembre de 2001, en el ataque terrorista al World Trade Center en Nueva York, se perdieron 2,763 vidas, al menos, en las torres y sus alrededores. Entre ellos, al menos un artista profesional, el escultor Michael Richards, quien trabajaba en el estudio de arte del Lower Manhattan Cultural Council en el piso 92 de la torre norte. Al menos 400 obras de otros artistas se destruyeron en este mismo lugar.

También se perdió una invaluable cantidad de arte público, así como archivos históricos y colecciones privadas.

Algunos de los corporativos que tenían su sede en el WTC tenían colecciones privadas que incluían obras de Pablo Picasso y Roy Lichtenstein, fotografías de David Hockney, un archivo de documentos de Hellen Keller y una colección fotográfica del Broadway Theatre Archive. Citigroup, Fred Alger Management, Bank of America, Nomura Securities y Silvester Properties contaban con colecciones importantes en sus paredes, archivos y cajas fuertes. La firma Castor Fitzgerald tenía cientos de dibujos y esculturas de Rodin. Estos son los casos más conocidos. El número absoluto de obras que se perdieron nunca se sabrá.

También se perdió arte público con un valor estimado de diez millones de dólares (en 1969, la NY Port Authority destinó el 1% del presupuesto del WTC a adquirir y patrocinar obras para mostrar en las áreas comunes). La galería que complementa este texto es una muestra de lo más representativo. Casi todas esas obras quedaron destruidas por completo (incluyendo un tapiz de Miró en el lobby de la torre sur y la fuente conmemorativa del atentado de 1993); algunas fueron rescatadas sólo parcialmente.

Cada historia individual del 11-S, como cada historia individual de cada catástrofe, de cada atentado, de cada guerra, de cada calamidad, le da una dimensión distinta al hecho. Cataclismos.

C/S.

*Fabiola Guerrero es cantante y guitarrista de Sister Ectoplasma, licenciada en Cultura y Arte, profesora de idiomas y coordinadora educativa.

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