Esteban Cisneros: Los Beatles, una educación. A 60 años de «Please Please Me»

por Esteban Cisneros*

El 11 de febrero de 1963, los Beatles se metieron al estudio 2 de EMI, en el 9 de Abbey Road, Londres, a grabar su primer disco de larga duración. La sesión fue de un día y se grabaron diez canciones en más o menos doce horas; las cuatro restantes que aparecen en el disco habían sido registradas con anterioridad para sus primeros discos sencillos. La idea detrás del álbum era capturar el sonido “en vivo” de un grupo que estaba acostumbrado a los escenarios y no al estudio de grabación. 

Cuando cuatro meses atrás lanzaron su primer single, “Love Me Do” (Parlophone, 5 de octubre de 1962), pocos tenían fe en que estos cuatro mozos de Liverpool hicieran demasiado ruido. Habían sido rechazados por prácticamente todas las casas disqueras –la anécdota más célebre es la de Decca, en donde, según cuenta la leyenda, les dijeron que “los grupos de guitarras ya iban de salida”– y, a pesar de su perseverancia, seguían siendo uno de los tantos grupos de apoyo en las giras de artistas mayores por sitios pequeños de la Gran Bretaña, especialmente el norte. Pero la canción vendió bien, sonó en la radio y precipitó la grabación de un segundo single, “Please Please Me” (Parlophone, 11 de enero de 1963), que alcanzó el número 2 de Record Retailer, cuando menos.

Un mes después, todo estaba listo para un disco largo, el siguiente paso lógico. Cuando Parlophone, una subsidiaria de EMI, les fichó en mayo de 1962, eran sólo un acto más. George Martin, cabeza del sello y productor de estudio (enfocado en música clásica y discos de comedia y experimentales) les aceptó. Pronto se ganaron su confianza, porque era una relación en la que ambas partes ganaban, pues Martin se aseguraba de tener nutrida su nómina de artistas y los Beatles lograron lo que todo combo ansía: tener un disco.

En la grabación fungió George Martin como productor. Fue su primer disco con los Beatles, una de las relaciones musicales definitorias del siglo XX. Norman Smith fue el ingeniero de sonido, asistido por Richard Langham.

Ese mismo 11 de febrero de 1963, poco después de las 9 de la mañana, la poeta Sylvia Plath fue hallada sin vida en su apartamento de 23 Fitzroy Road, cerca de Primrose Hill, Londres, a media hora de caminata de Abbey Road. Plath tenía 30 años.

El ferry a través del Mersey

Please Please Me es el mejor disco de Merseybeat que se grabó. No es poca cosa. Es, incluso quizás, el momento que inicia el declive de ese estilo musical, de ese movimiento cultural, pues lo saca de Liverpool –su hábitat natural– y se lo muestra a toda Inglaterra, que lo recibe con oídos abiertos. Pero es que era complicado ignorarlos y los argumentos están ahí, en el plástico negro del LP.

El álbum es, además, una excelente medida de las cosas a su alrededor: hay grupos de Liverpool que sonaban más fuerte, otros que hacían un R&B más cochambroso y genuino; algunos más tenían mejores cantantes e instrumentistas. Pero los Beatles tenían características que habían descubierto, desarrollado, pulido o inventado a través de los años que tenían como grupo (pues, aunque para el resto de Inglaterra pareció que aparecieron de la nada, había toda una educación detrás) y ya se notan en Please Please Me. La versatilidad de su cancionero, las armonías vocales –que comenzaron en los Everly Brothers pero evolucionaron a un sonido que es puro Beatles–, el desparpajo, la intensidad de la emoción al ejecutar; hay una guitarra rítmica sólida camino a convertirse en una de las grandes de todo el rock, un bajo que juguetea y experimenta y no sólo marca el ritmo, una guitarra líder que ya apunta maneras y que no sólo rellena los espacios vacíos en la canción sino que le da cuerpo y emotividad; un sonido resplandeciente y muy vital, con un ritmo acelerado pero no por puro antojo: es la expresión de una juventud que se sabe a cargo de sus propios asuntos.

Los Beatles, por si fuese poco, tenían una pinta envidiable. Porque más allá del peinado, los trajes, las corbatas y los botines, exudaban vida y mocedad. Cómo unos norteños scouser trastocaron el canon estético masculino de los años ‘60 en adelante tiene muchas explicaciones. Aquí seremos reductivos: eran la confianza y la juventud personificadas. De muchas maneras, los Beatles son el paradigma de cambiar el sistema desde dentro del sistema, quizás una de las cosas más difíciles de lograr. Porque donde Elvis era sugestión taimada y los Rolling Stones el descaro de quien escandaliza para llamar la atención, los Beatles eran ellos mismos. Subvirtieron el orden siendo encantadores –y hay mucho mérito en ello– sin impostar el personaje: ahí radica parte del secreto. Hubo, sí, que limar los bordes de su imagen pública, pero nunca necesitaron agitar las caderas ni vociferar para ser carne de cartel. Existe la tentación de decir que nacieron siéndolo. En parte es cierto, pero para lograr algo como ser los Beatles hay que estar en el lugar y en el momento adecuados y, sobre todo, pasar por un arduo aprendizaje y una buena cantidad de trabajo.

Los Beatles: pupilos avezados

De los Quarrymen a los Beatles hay una larga e intensa educación. El grupo, que cambió de alineación muchas veces en sus primeros años, terminó por consolidarse hasta 1961 con una alineación que es casi la clásica: John Lennon en la guitarra rítmica, Paul McCartney en el bajo, George Harrison en la guitarra líder y Pete Best en la batería. El entusiasmo de los primeros días no disminuyó, como sucedió en muchos otros casos de otros grupos, en parte por un ansia terca de lograr ser alguien y en parte por la unión y gestión de talentos del grupo. Desde el inicio, los Beatles se atrevieron a intentar cosas distintas: no sólo tenían un cancionero variado e interesante –como todas, la banda inició tocando versiones de temas ajenos– sino que comenzaron a escribir, con ánimo competitivo (entre ellos mismos y con los otros actos de Liverpool), sus propias composiciones.

Si sus primeros aprendizajes se dieron en el ambiente skiffle del Mersey, su consolidación –su “universidad” del rock– se dio en los tugurios de Hamburgo entre agosto de 1960 y mayo de 1962; aunque regresaron después, ya lo hicieron como un grupo ya afianzado. Ahí, en brutales sesiones de toda la noche, los Beatles se hicieron Beatles. Allan Williams, un hiperestésico y muy creativo buscavidas de Liverpool, dueño del bar Jacaranda y uno de los primeros managers de grupos durante la efervescencia del Merseybeat, les mandó allá. Fue parte de un trato de Williams con Bruno Koschmider, dueño de clubes nocturnos en Hamburgo, en el que también entraron otros grupos de Liverpool como Derry and the Seniors, Rory Storm and the Hurricanes y Gerry and the Pacemakers.

Los Beatles tocaron en sórdidos clubes para marineros y mafiosos, para prostitutas y estudiantes; sus institutos fueron el Indra (64 Grosse Freiheit) y el Kaiserkeller (36 Grosse Freiheit), el Top Ten (136 Reeperbahn) y el Star Club (39 Grosse Freiheit). No sólo afinaron su acto, sino que vivieron la noche, aprendieron de la vida y de la calle, tuvieron sus primeros encuentros con las drogas y con la ley, perdieron a un bajista y a un amigo (Stuart Sutcliffe), se enamoraron, compusieron material y sobrevivieron gracias a la cohesión del grupo.

Fue en Hamburgo donde grabaron, sin querer, como los Beatles por primera vez. Ocurrió el 15 de octubre de 1960, cuando Allan Williams concertó una sesión para Lou Walters, el bajista del grupo de Liverpool The Hurricanes, en una cabinita en el 57 de Kirchenallee con el ambicioso nombre Akustik Studio. Walters cantó “Summertime” (y también “Fever” y “September Song”) acompañado de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y el baterista oficial de The Hurricanes, Ringo Starr. Se hicieron apenas una decena de copias de la grabación, que no sobrevive. Pete Best, por lo demás, era el baterista de los Beatles desde 1960 y continuó ocupando el puesto hasta 1962.

También pisaron un estudio profesional como novatos ahí mismo, el 22 de junio de 1961, como grupo de acompañamiento de Tony Sheridan, un rocker inglés que hizo carrera en Alemania Occidental. El grupo conformado por Lennon, McCartney, Harrison y Best –acreditados como The Beat Brothers y producidos por Bert Kaempfert– registraron varias canciones en los estudios de Polydor, en el Friedrich-Ebert-Halle, entre ellas “Cry For A Shadow” (una composición instrumental de Lennon/Harrison) y la estelar “My Bonnie”, una canción de cuna convertido el salvaje rock’n’roll con aullidos y todo el carnaval. Esta es la canción que, según el mito, hará que Brian Epstein, un joven empresario heredero de un emporio de muebles y discos en Liverpool, se dé cuenta de que existen los Beatles, pues un joven entró a la tienda a buscar ese single.

De regreso a Liverpool, los Beatles encontraron trabajo en The Cavern (10 Matthew Street), que fue donde Epstein los descubrió y les ofreció un trato para ser su manager. Es difícil creer que no los hubiera escuchado mencionar, pues Epstein escribía una columna para el periódico Mersey Beat, fundado por Bill Harry en julio de 1961, y los Beatles aparecían prominentemente en sus páginas. Como sea, la asociación del grupo con Brian Epstein rendiría frutos: se profesionalizaron por completo. Antes, Nigel Walley (un amigo del grupo) y el mismo Harry les habían manejado, lo mismo que Allan Williams, pero ambos actuaban más como promotores de conciertos que como managers. Brian Epstein fue para el grupo un gestor de negocios pero también un amigo y, en muchas ocasiones, incluso una figura paternal.

Yo, tú, y todas esas canciones de amor

Brian Epstein era, también, cautivador. Y persistente. Quién sabe si sin él hubieran logrado un contrato con George Martin y Parlophone. Martin, de hecho, no estaba muy convencido de que el grupo pudiera componer su propio material, los veía como intérpretes, y unos que tenían que mejorar. Epstein le presentó, primero, la cinta de la audición para Decca (1 de enero de 1962) en la que los Beatles tocaban un repertorio lleno de versiones –y no todas afortunadas– y apenas tres temas originales: “Hello Little Girl”, “Like Dreamers Do” y “Love of the Loved”; ninguno de ellos sería grabado por el grupo para un disco oficial. Una especie de audición en vivo en EMI (6 de junio de 1962) tampoco parece haber sido espectacular, pues ninguna canción grabada ese día fue considerada para lanzarse comercialmente.

En este punto, George Martin sugirió usar un baterista de sesión en lugar de Pete Best. El grupo consideró esto el pretexto perfecto para hacer un cambio de alineación. Best salió (con no poco escándalo en Liverpool) y entró Ringo Starr: los Beatles que todos conocemos comenzaron aquí. Fue una movida afortunada para todos menos para Best, que se convirtió en el niño sufriente de Omelas –del cuento de Ursula K. LeGuin– cuyo suplicio fundaba y mantenía la utopía colectiva. Una segunda sesión en EMI ocurrió el 4 de septiembre: se grabó “Love Me Do” y una canción que Martin sugirió al grupo, “How Do You Do It?” La recomendación iba con indirecta, pues el productor no confiaba aún completamente en los dones compositivos de los Beatles –el tema era de Mitch Murray, un profesional– y, aunque el grupo obedeció, rechazó lanzarla como single; en cambio, Gerry and the Pacemakers, también de Liverpool, también manejados por Brian Epstein y producidos por George Martin, grabó la canción y la llevó al número 1. El 11 de septiembre se registró de nuevo “Love Me Do” –con un músico de estudio, Andy White, en la batería; Ringo tocó el pandero– y su cara B, “P.S. I Love You”. También se probó una canción que Lennon había compuesto con Roy Orbison en la cabeza, “Please Please Me”. Todas, como se ve, canciones de amor con pronombres en los títulos.

El 26 de noviembre se retomó este último tema, con un arreglo distinto y un riff de armónica. George Martin quedó encantado. El grupo se había ganado su confianza. La canción, que comenzó como un lento plañido y terminó como un acelerado rock’n’roll, era todo lo que los Beatles podían ser en ese momento: vivaces, melódicos, eufóricos. El single fue un éxito e Inglaterra los conoció. Tenía sentido, entonces, terminar de grabar un disco largo, y titularlo Please Please Me.

Hay un lugar

El disco originalmente se llamaría Off the Beatle Track y sería grabado en vivo, quizás incluso en The Cavern, el club de Liverpool donde los Beatles habían comenzado a forjar su leyenda. Habría sido bonito. Pero no ocurrió así. El 12 de diciembre de 1962 George Martin visitó el lugar y no le gustó lo que vio en materia de acústica: era un lugar genial para escuchar a los muchachos y reventarse a la hora del almuerzo, pero no para hacer una grabación profesional. Se decidió, entonces, usar los estudios de EMI en febrero. El título lo recicló George Martin para un disco de versiones orquestales de las canciones de los Beatles lanzado en julio de 1964.

Ya estaban “Love Me Do”, “P.S. I Love You”, “Please Please Me” y “Ask Me Why”, grabada también en la sesión del 26 de noviembre. Hacían falta 10 temas para completar un disco tradicional de 7 por lado. Ese 11 de febrero de 1963, los Beatles llegaron temprano a los estudios EMI. John Lennon estaba resfriado. La primera sesión comenzó alrededor de las 10 de la mañana, registrando “There’s A Place” y “I Saw Her Standing There” (que aún se llamaba “Seventeen”). Hubo una pausa para almorzar, aunque los Beatles se quedaron ensayando. La segunda sesión del día comenzó con “A Taste of Honey”, “Do You Want To Know A Secret” (cantada por George Harrison) y “Misery”. Tras otra pausa, la sesión de la tarde y noche fue productiva y llena de versiones: “Anna (Go To Him)”, “Boys” (cantada por Ringo Starr), “Chains” (cantada por George) y “Baby It’s You”. Se intentó también grabar “Hold Me Tight”, pero nadie quedó satisfecho con ella y la canción fue enlatada y tuvo que esperar hasta el segundo álbum. A las 10 de la noche el grupo grabó “Twist and Shout”, lo que explica su rasposísimo sonido. A las 10:30, la grabación había terminado. George Martin estaba más que complacido; los Beatles, felices. Aún se quedaron a escuchar las primeras mezclas. Nueve días después, el 20 de febrero, George Martin añadió piano y celesta a “Misery” y “Baby It’s You”, respectivamente.

La sesión costó 400 libras. Se lanzó un mes y medio después, el 22 de marzo de 1963. Llegó al número 1 de todas las listas de música pop de Gran Bretaña. En las notas de la contraportada, el publicista Tony Barrow compara a los Beatles con su gran competencia, los Shadows, a quienes opacarían de inmediato. Please Please Me fue el primer LP de los Beatles. Siempre resulta un cliché decir: y lo demás es historia. Siempre, menos aquí.

Escarabajos en la escalinata

La primera idea para la portada del disco era tener al cuarteto posando en la casa de insectos del Zoológico de Londres; George Martin, entre todas sus gracias, era miembro honorario de la Sociedad Zoológica. Si el título Off the Beatle Track y la idea de un álbum en vivo eran buenas, la de la portada quién sabe. Por fortuna, no hubo permisos a tiempo para una sesión en el zoo y los escarabajos se encaramaron en la escalinata del edificio central de la EMI en el 20 de Manchester Square. Recargados al barandal y mirando hacia abajo, fueron fotografiados por Angus McBean, un afamado fotógrafo teatral. Los Beatles eran inevitablemente icónicos, lo hacían casi sin querer.

La portada de Please Please Me está llena de información: el sello disquero, el nombre del grupo en amarillo, un cintillo superior para el catálogo en las tiendas de discos, la leyenda “mono” (o “stereo”, en ediciones posteriores) indicando su formato de sonido, el título de disco en letras rojas y la leyenda “with Love Me Do and 12 other songs” en azul. Los cuatro Beatles portan los trajes marrón con solapas de terciopelo negro que usaron también para la gira en la que apoyaron a Helen Shapiro en 1963 y camisas Gingham a cuadros rosados. Pero, más importante aún, llevan unas sonrisas que son lo mismo socarronería y arrogancia que seducción y embeleso. Y ojo a los peinados: ya todos son cien-por-cien Beatles menos Ringo, que aún lleva su cola de pato de teddy boy rijoso.

Mucho antes del cruce de cebra de Abbey Road, el barandal del edificio de Manchester Square llamaba a la imitación. Los mismos Beatles lo hicieron en 1969 para su proyecto Get Back. El mismo Angus McBean les fotografió en la misma posición, ya con un look totalmente distinto –aunque George y John llevan trajes que usaron en sus giras de 1966–, con cabello largo, bigotes y Lennon con una pinta de rabino pop. La foto se tomó el 13 de mayo de 1969 y, aunque no se usó al final para el proyecto que terminó retrasado un año y medio y titulado Let It Be, se usó con gran efecto para las recopilaciones de éxitos 1962-1966 y 1967-1970 lanzadas por EMI en 1973 (también conocidos como “el álbum rojo” y “el álbum azul”, respectivamente). El edificio fue demolido en 1994, así que los retratos son ya irrepetibles.

Twist y gritos

El disco comienza como una extática actuación en vivo con un conteo “three, four” de McCartney, mucho antes de los caprichosos conteos de los Ramones (Revolver, de 1966, comienza de un modo similar). El grupo se vuelca en una maravillosa interpretación de “I Saw Her Standing There”, una canción que transforma al rock and roll en pop puro. La voz de McCartney, las armonías vocales de Lennon, el bajo retumbante, las guitarras estridentes y un Ringo en modo máquina hacen de la canción uno de los temas abridores más impactantes de todo el pop. Es imposible no ponerles atención.

“Misery” fue compuesta para Helen Shapiro pero, por fortuna, tomada por los Beatles para ellos mismos. Es una canción con un montón de ecos de The Cavern y de Hamburgo, con ese ritmo machacón, la melodía minimalista pero con inflexiones dramáticas y ese puente veleidoso que, con el retoque de piano de George Martin, termina por ser la mar de expresivo. Es una de las letras dramáticas de Lennon, comprobando que esa vena se le daba desde muy temprano en su carrera.

En ese tenor sigue “Anna (Go To Him)”, una opereta soul de Arthur Alexander, ídolo de Lennon. Donde la grabación original de Alexander es resignación y pesar, en los Beatles es ansiedad y abierta pena. Esa nota vocal en el puente es definitoria en la expresividad de los ‘60, heredera del soul pero trasplantada a un idioma pop. “Chains”, de Gerry Goffin y Carole King, fue un éxito para el grupo vocal The Cookies y una muestra de que no sólo el soul –profundo o de chicle– era una gran influencia para los Beatles, sino que tenían pocos prejuicios, cosa que termina de notarse en “Boys”. Compuesta por Luther Dixon y Wes Farrell e interpretada originalmente por las Shirelles, aquí es tomada palabra por palabra por Ringo, que canta desgarbado que está pensando en chicos. Pudieron haber cambiado el género de la canción. No lo hicieron, para qué. La canción les parecía perfecta así.

Este trío de versiones es interrumpido por una balada original de Lennon y McCartney, “Ask Me Why”, lado B de su segundo single. Es un tema dulce y lleno de pausas que subrayan la timidez del narrador, que hace acopio de valor para abrirse ante su amor y expresarle no sólo cariño, sino compromiso. El lado A cierra con “Please Please Me”, un hit, quizás la primera gran canción beatle con esas armonías, ese coro de canto-y-respuesta, esas guitarras nerviosas y un ritmo que daba para agitarse y soltarse el pelo. Aquí comienzan los ‘60 como los entendemos ahora.

La cara B abre con “Love Me Do”, una canción con sabor country and western y una armónica blusera. Son tres acordes, un ritmo semilento y unas voces a lo Everly Brothers, con una letra simple y cantable. Es fácil entender que fuese un éxito menor en 1962, pues en ella los Beatles ya apuntan maneras, aunque aún con cierto recato. La versión que aparece en el álbum es con Andy White en la batería y Ringo tocando el pandero. Le sigue su lado B, “P.S. I Love You”, con un Paul dulcísimo, cursi, retomando el tópico de las cartas de amor en canción, con guitarras galopantes y un ritmo casi latino.

“Baby It’s You” es otra versión a las Shirelles, en este caso una canción de Burt Bacharach con Mack David y Barney Williams. Lennon canta con una pasión que resulta creíble –en un estilo expresivo que, asimilado, haría suyo para toda su carrera– una bellísima melodía puntuada por sha-la-la’s cantados por Paul y George en un tono que a veces suena a mustio y a veces a bellaco. Harrison mismo coge el micrófono en “Do You Want To Know A Secret” que, con sus acordes descendentes reminiscentes del bolero, nació inspirada por Jiminy Cricket, muestra de que la infancia como musa no fue exclusiva de la etapa psicodélica de los Beatles y demás grupos ingleses. John y Paul cantan unos doo-da-dah’s que remiten al doo-wop y a los grupos de chicas que les fascinaban, y uno piensa que hubiera sido genial que las Shirelles devolvieran el favor al grabar una versión, cosa que nunca ocurrió.

La última parte del disco comienza con “A Taste of Honey” de Bobby Scott y Ric Marlow; la versión referencia fue la del crooner Lenny Welch, pues el tema fue escrito como un instrumental para la obra teatral homónima de Shelagh Delaney. En ella, los Beatles demuestran de nuevo su falta de prejuicios: si la canción es buena, da igual su proveniencia. “There’s A Place” suena fresquísima y no es sólo porque fue la primera en ser grabada aquella mañana de febrero, sino porque es un tema pop mayúsculo en lo musical y en lo lírico: es una canción personalísima, ajena a temas de amor, en el que de manera pionera Lennon se invita a sí mismo a retirarse a su mente cuando el mundo se vuelve hostil.

“Twist and Shout”, de Phil Medley y Bert Russell, original de los Isley Brothers, es casi un tema aparte. La voz de John es una cuestión de leyenda. Con el resfriado a cuestas y tras una gargantuesca sesión, no podía estar más raspada y rasposa. Fue el último tema en registrarse justo por eso, pues requería de un esfuerzo extra de un Lennon ya exhausto; de hecho, se grabó una segunda toma, que no funcionó. En realidad, es una muestra de lo que hubiera pasado si el proyecto Off the Beatle Track hubiera ocurrido: una grabación en vivo de lo que los Beatles eran en escena. Y es que la canción es jubilosa, está todo el tiempo al límite, en cualquier momento puede explotar. Es la tensión del gran pop, en el que Ringo mantiene a la banda atada a la tierra, las guitarras bailan la Bamba con mucho más que un poquito de gracia y la voz nos urge a movernos, a agitarnos, de lo contrario se romperá. Tras la coda, McCartney grita “yeah!” con ganas y nosotros casi podemos sentirnos ahí, en esa noche aún de invierno en Londres, en la génesis de un mundo nuevo y la muerte de uno viejo.

El mayor de los Beatles tenía 22 años en ese momento. Ese dato dice tantas cosas. Lo dejamos hablar…

Que vienen los Beatles

Please Please Me no se lanzó en Estados Unidos ni en México, donde ediciones-Frankenstein (armadas con canciones más o menos arbitrarias) confeccionadas por Capitol y Musart, respectivamente, fueron la presentación de los Beatles ante la juventud americana. Pero en Inglaterra y en Europa es el disco que inaugura los swinging sixties que, ya para noviembre de 1963, irán a toda marcha. Siempre es un cliché decir: y, entonces, el mundo cambió. Siempre, menos aquí.

Mi experiencia con Please Please Me, como fanático creciendo en los años ‘90, fue distinta. Aunque conocía muchas de las canciones por recopilaciones oficiales y no oficiales –sobre todo cassettes que intercambiaba con mis tíos y mis amigos, pues convertí a algunos a la beatlemanía y, por suerte, un par de ellos tenían papás fans–, no escuché el disco entero hasta bien entrada mi fiebre por el grupo, quizás en 1996, incluso después del lanzamiento de Anthology 1. Para los beatleros de esa generación, la evolución de la banda era cosa dada, un tema visto, pues no nos tocó presenciarla mientras ocurría. Aún así, escuchar Please Please Me después de Pepper tenía todo el sentido del mundo: era el mismo grupo, pero en otra etapa. Así de simple, siempre lo asumimos. Cuando mi yo adolescente requería negociar con el espíritu adolescente y sus muchas vicisitudes, ponía a los Beatles de 1963 y dejaba que me aconsejaran si no con sus letras, sí con sus actitudes ante la vida, que eran evidentes en cada nota. Si lo que necesitaba era explorar las profundidades de un alma que se sentía anómala en un mundo insensible, ponía Rubber Soul o el álbum blanco. Pero Beatles siempre hubo y siempre habrá. Qué suerte haber vivido en la era de los cuatro de Liverpool.

Muchas cosas comenzaron aquel 22 de marzo de 1963, del que hoy se cumplen ya 60 años (difícil creerlo: cómo hemos crecido todos). Una parte de mi vida, de hecho, empezó allí, sin quererlo. Muchos dirán lo mismo. Es parte de lo que llamamos magia de la música, del pop, de los Beatles, que parece otro cliché pero no, porque es cierto. Ahí comenzó mi educación. Y los Beatles, el grupo definitivo del siglo XX no porque fueron impecables –y, mira, casi que lo fueron– sino porque fueron transparentes: crecieron a ojos de todo el mundo y, con ellos, nos hicieron crecer a nosotros, aun después de separados. Incluso después de que ya no estuvieran todos. Es la trayectoria de una educación, una que no hay que perder de vista porque si los Beatles nos dieron al menos una cosa –y fueron miles– fue la sensibilidad. Sin ella, es difícil intentar ser bueno en un mundo adverso.

C/S.

*Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, escritor, músico de tres acordes, lector, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico. Edita el fanzine y blog La Trampa del Bulevar y ha colaborado con periódicos, revistas de circulación nacional, otros fanzines y revistas digitales. Su libro Van Dyke Parks (un poemario sobre el genial músico estadounidense), ya está disponible en Amazon y en Book Depository.

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