Jesús Nieto y Esteban Cisneros: “My heart is like a wheel”. Una conversación en torno a Band on the Run de Wings, a 50 años de su lanzamiento

por Jesús Nieto* y Esteban Cisneros**

Stuck inside these four walls
Sent inside forever
Never seeing no one
Nice again like you
Mama you, mama you

ESTEBAN: La primera etapa de mi obsesión infantil con los Beatles se dio en casa de mi abuela en Irapuato a mitad de los años ‘90. Mi tío Gustavo y mi primo Alejandro llevaban mucha música a casa y siempre había discos sonando. Yo siempre pedía la Caja de los Beatles —que acá en México editó Reader’s Digest— y escuchaba a los Beatles por horas. Mi tía Ana Elena tuvo un videoclub y, cuando cerró, muchos de los cartuchos VHS estaban en cajas en la sala, donde también estaba un tocadiscos. Entre ellos había una copia de Get Back, el documental de Richard Lester sobre la gira New World Tour 1989-90 de Paul. Pedí verlo, por supuesto, y hubo una canción que me sedujo desde su inicio: “Band on the Run”. Era muchos temas a la vez, como una opereta que iba contando una historia in crescendo y tenía un coro que se te quedaba en la cabeza por días. No eran días de Internet, así que tuvo que pasar algún tiempo para enterarme de que había un disco titulado, justamente, Band on the Run. En cuanto lo supe, se convirtió en un objeto de deseo para mí.

Fue hasta algunos años después, quizás alrededor de 1998, que me lo encontré en una tienda de discos. Era la edición de la Paul McCartney Collection, 1993, con esa portada reducida con un marco blanco que resulta feo, feísimo. Pero me lo llevé y no dejé de escucharlo desde entonces. Es un disco que me gusta, me emociona, me estimula el cerebro y no me hace sentir nostálgico como otros álbumes que escuchaba asiduamente en la época. Es un álbum que me hace muy feliz.

If I ever get out of here
Thought of giving it all away
To a registered charity
All I need is a pint a day
If I ever get outta here
If we ever get outta of here

JESÚS: Fue en Monterrey, yo tenía casi 15 años, era 1998. Había llegado a vivir a un departamento con otros cuatro estudiantes, todos mayores que yo, todos ellos de ingenierías. Mi hermano se había ido fuera del país de intercambio, por lo que yo era como la mascota de sus amigos. Ninguna queja. De Charul, mecánico-eléctrico oaxaqueño, aprendí la pasión por el mejor chocolate y me acerqué a la lectura de libros de historia; por Daniel, industrial, yucateco, me clavé buen rato en U2; gracias a Pável, en ese entonces estudiante de alto rendimiento de física, un chavo con una cabeza privilegiada, hijo de un médico de Los Mochis, descubrí la cocina sinaloense y con Raúl, tabasqueño, estudiante de ingeniería industrial, descubrí realmente a los Beatles: tenía una hermosa colección de cassettes con todos los álbumes de estudio. Nunca he vuelto a ver otra así. Y entre los discos compactos estaba una edición conmemorativa del Band on the Run

Tú debes saber cuál es, el disco era dorado y cuando uno lo sacaba de su caja de plástico sentía que tenía en las manos un tesoro. No sé por qué, o sí sé, por cariño, Raúl me dejaba escucharlo y manipularlo. En ese disco escuché a conciencia por primera vez los acordes en guitarra que aún hoy me transportan de inmediato a ese universo de la imaginación al que solo mediante la música se puede acceder. 

Estamos hablando de que McCartney había ofrecido por primera vez un concierto en México en 1993. Las cosas que hoy damos por hecho en ese entonces todavía sabían a novedad.

Muchas tardes yo pasaba el rato solo en el departamento y tenía ocasión de explorar esa exquisita discoteca en donde estaba también el McCartney de 1970, con esa belleza de portada, la del plato de cerezas: rojo sobre blanco en un fondo negro. Pero el disco que escuché repetidas veces fue el Band on the Run que me deslumbró con la primera canción y luego me dejé envolver en la melancolía de “Bluebird”, con ese elegante solo de saxofón de Howie Casey, y “Mamunia”.

Late at night when the wind is still
I’ll come flying through your door
And you’ll know what love is for
I’m a bluebird, I’m a bluebird
I’m a bluebird, l’m a bluebird
Yeah, yeah, yeah

ESTEBAN: Los discos que escuchas en esa etapa de asombro y vulnerabilidad, cuando estás aprendiendo a vivir en el mundo en tus propios términos son los que se quedan para siempre. Es una educación de la sensibilidad. A mí me encanta recordar esas cosas porque, además, siempre he procurado ir dejando mementos, miguitas para reencontrar el camino a casa por si se necesita —y vaya que se ha necesitado— pero, al mismo tiempo, soy muy cauto con eso, porque suelo clavarme de cabeza en la nostalgia. Desde aquella etapa fui coleccionando cosas de los Beatles más allá de los discos, recortando cosas de los periódicos y recopilándolas en carpetas, guardando artículos, acumulando fotos y revistas. Pero, por alguna razón —y quizás es la música en sí misma— Band on the Run me suena vital cada vez, no me deja quedarme en el recuerdo, me empuja hacia adelante como diciéndome: mira, sonso, a veces te olvidas que estás vivo y yo no te voy a dejar. Modé aní lefaneja, ya tú sabes…

Esas canciones acústicas de Paul como las que mencionas suelen funcionar bien, porque es un artesano, las tiene en todos sus discos. Pero en Band on the Run casi se supera a sí mismo. Porque “Bluebird” y “Mamunia” —una escrita en Jamaica, la otra en la India— no sólo son bonitas, sino que tienen eso que dices, una melancolía muy evocativa, pero también un nuevo sabor: no es el típico tema acústico de Macca. Hay ritmos distintos, armónicamente hay ciertos riesgos, un cierto exotismo que alcanza a reprimirse pero que se escapa por entre las líneas melódicas. “No Words”, en cambio, fue co-escrita con Denny Laine y es una canción mucho más seventies; es de esos temas que pueden pasar desapercibidos al principio pero que, una vez que les encuentras el sentido, son adictivos. Es bellísima. 

The grand old painter died last night
His paintings on the wall
Before he went he bade us well
And said goodnight to us all
Drink to me, drink to my health
You know I can’t drink any more
Drink to me, drink to my health
You know I can’t drink any more

JESÚS: La canción sobre la muerte de Picasso me conmueve. Si bien entiendo que Paul retomó un titular de una revista y de ahí partió para la letra, también creo que es un compositor que posee una poderosa intuición para captar momentos definitorios. Al final no importa tanto lo anecdótico porque en su canción consigue un himno que homenajea al pintor malagueño y el hecho de dejar constancia del día de la muerte de un genio es también identificar que se iba una época. ¿Qué es la historia del arte del siglo XX sin Picasso? Muchas cosas fascinantes, por supuesto, pero el Guernica, Las señoritas de Aviñón, sus arlequines, su etapa azul, en fin, contribuyen a que esa época sea iluminada con su manera particular de reinventarse una y otra vez. Su muerte en Francia, poco más de dos años antes de la del dictador y por tanto antes de la transición española, y, vamos, del regreso del Guernica de su larga estancia en Nueva York a la península ibérica —para no ir lejos— es un hito. 

Lo de menos es la letra que es poco más que las palabras textuales de Picasso antes de morir. En un rodaje en Jamaica, Dustin Hoffmann retó a McCartney a ver si de verdad era capaz de hacer una canción sobre lo que fuera. A Paul no le hacen falta pretextos y se puso a componer. 

Últimamente creo que Paul piensa, sobre todo, en canciones. Y seguramente sueña con música, también. Cuántas veces no se habrá despertado tarareando una melodía hasta ese momento desconocida y de ahí ha partido para escribir una pieza. Algo parecido se dice de “Let it Be”, ¿no? 

ESTEBAN: De hecho es lo que le pasó con “Yesterday”, ¡o al menos eso cuenta él! Pero yo le creo. Es difícil ser escéptico con él. Nadie ha escrito tantas canciones memorables como Macca. Hay una línea genial y conmovedora en “If I Died…”, una canción de Sweet Baboo, y dice: “Well, Daniel Johnston has written hundreds of great tunes and I’ve got six / so I guess there’s some catching up to do”. Y estoy muy de acuerdo con la afirmación —aunque también creo que Sweet Baboo ha escrito mucho más que sólo seis canciones grandiosas—, y siempre pienso que si se la cantáramos a Paul tendríamos que decir thousands y ni siquiera sería una hipérbole.

La canción de Picasso es muy épica según McCartney entiende el término. Porque además de ser un músico sin igual, es un narrador nato y su genio poético no es asociativo como el de Lennon, sino evocativo. Casi puedo oler las copas de vino y las viandas, ver la luz caprichosa de la escena, sentir el bullicio de la fiesta que Picasso deja temprano para irse a acostar, no sin antes pedir a sus amigos que beban por él porque ya no puede hacerlo. Son sus palabras antes de morir, pero en la canción se convierten en un cuento musical. Una línea tan —en apariencia— insulsa como “the paintings on the wall”, que parece estar ahí para rellenar la rima, adquiere sentido gracias a todas las demás imágenes que Paul canta con una voz de convencimiento total. Y esa es otra cuestión muy McCartney: todo lo canta de un modo que, sea lo que sea, uno termina creyéndosela. Es un embaucador experto.

JESÚS: Y “Drink to Me (Picasso’s Last Words)” está además intervenida por “Jet” y por “Mrs. Vanderbilt”. Lo cual tiene sentido también porque trasmite esa idea de cómo la vida es constantemente asaltada por las contingencias. Yo no sé si McCartney tenga particular atracción por la obra de Picasso. No sé si ha estado en los museos de Antibes, Barcelona, París o en el Reina Sofía. Supongo que en algunos seguramente sí. Pero su sensibilidad va más allá. 

A partir de la conversación con el actor de El graduado y Rain Man logró conectar con el momento en el que Picasso se despidió de sus seres cercanos y del mundo. Y como en aquel poema de Apollinaire, la vida cotidiana, las noticias del periódico se cruzan con la revelación de lo trascendente. Vamos del contexto de la muerte de Picasso a una canción de music hall y luego de vuelta al momento de conciencia de la finitud de la vida en el maestro andaluz, y después al recuerdo de Jet, que ya no sabemos si es un cachorro labrador de Linda y Paul, o si tiene que ver con el momento en que conoció a su suegro, o con un pony. Porque McCartney prefiere que el contexto quede fuera y que la canción le hable directamente a sus escuchas. Y de nuevo la melodía de chanson française y la voz del propio Picasso y el estribillo: “beban por mí, que yo ya no puedo beber”, ustedes que se quedan del lado de la vida, no del lado oscuro de la muerte, no del lado de la tragedia humana, sino del lado banal, del lado cómico. No hay ninguna necesidad de preocuparse, nos dice Paul en “Mrs. Vanderbilt”, cuál es la utilidad de la angustia, del sufrimiento.  

Me gusta pensar que cuando terminamos de escuchar el disco, volvemos de un lugar nebuloso que se parece a un pub donde vimos a McCartney tomarse una pinta, decidido a abandonar su mundo, darse a la fuga con los Wings y donarlo todo a una institución de caridad. Y bebimos con él y brindamos por la vida, y por la vida de un genio. Fuimos y volvimos a partir de las cuatro paredes de un estudio de grabación, que puede estar en Lagos o en Londres. O-je-jo, o-je-jo, o-je-jo, o-je-jo…

ESTEBAN: La pinta que dice necesitar, justo, en “Band on the Run”: all I need is a pint a day, if we ever get out of here! Que, ya lo decíamos, es otra de esas canciones-novela de Paul (como “Eleanor Rigby”, “For No One” o “Another Day”, todas muy serias), pero en esta nos pinta toda una historia de personajes más caricaturescos porque es una narración picaresca. Surge del trauma de la última etapa de los Beatles, a partir de uno de esos comentarios-dardo de George Harrison. Pero con este álbum dejó de huir del monstruo de cuatro cabezas, lo dejó atrás y llegó a un punto en el que podía ya ser Paul McCartney, el integrante de Wings —no: el líder de Wings, que siempre ha tendido a la manía controladora el Mac—, ya podía inaugurar de lleno otra etapa musical que, además, iba revestida del triunfo moral por haber tenido algo de razón en cuanto a los manejos de Allen Klein con Apple y los Beatles. Eso tenían estos cuatro vatos de Liverpool: de lo sórdido podían extraer algo que convertir en una canción fabulosa.

Esas canciones que son como pequeñas sinfonías pero que no dejan de ser pop, con sus distintos movimientos, como “Autumn Almanac” de los Kinks, como “Heroes and Villains” de los Beach Boys o como “A Quick One While He’s Away” de los Who, me fascinan. A veces se pierden en la ambición pero, como sucede aquí, si se sabe capturar la canción para que no se desborde por todos lados —como le pasa con frecuencia al prog rock—, resultan maravillosas. Y pueden escucharse una y otra vez porque son varios temas en uno solo. Nunca cansan y, al contrario, son puertas al asombro constante.

No sé, incluso, si es una continuación de lo hecho en el lado B de Abbey Road. Quizás sí. Es un camino en los estilos de composición de Macca que comienza en la primera parte de Sgt. Pepper, que sigue en el famoso medley, que continúa en “Uncle Albert/Admiral Halsey” en Ram y alcanza su cúspide en Band on the Run con la canción titular y “Picasso’s Last Words (Drink to Me)”. La curva comienza a descender en “Venus and Mars/Rockshow” en 1975, pero es un formato con el que Paul se sintió muy cómodo y con el que logró excelentes canciones.

Band on the run
Band on the run
And the jailer man and sailor Sam
Were searching everyone
For the band on the run
Band on the run

ESTEBAN: Y ya que nos referimos a Pepper, también en “Nineteen Hundred and Eighty-Five” se entromete un reprise de “Band on the Run”, un recurso que Paul usó ya en 1967 pero que, seguro, aprendió mucho antes de los musicales tradicionales y del music hall que ya mencionas, herencia del gusto y el oficio de su padre James, que fue músico aficionado. No me parece descabellado, porque aunque los primeros Beatles eran unos rockers incorregibles, tenían un lado sensible —los torpes lo llamarán blando— y libre de prejuicios que les permitía apreciar y apropiarse de distintas músicas. Se nota en las versiones que hicieron en sus primeros discos: ahí están Chuck Berry y Carl Perkins y Motown y todos esos maravillosos girl groups pero, cortesía de Paul, tenemos “A Taste of Honey” y, sobre todo, “Till There Was You” que surge del musical The Music Man. Además de la influencia jazzy y music hall de su padre, Paul de algún modo absorbió estas estructuras teatrales sin llevarlas al terreno, muy manido en la época, de la ópera rock, lo que sea que eso signifique. Su abordaje toma de la tradición y del avant-garde en cantidades casi iguales: crea narraciones musicales que remiten al teatro eufónico tradicional mediante la yuxtaposición.

“Nineteen Hundred and Eighty-Five” es gigantesca, con un sonido tan grande que resulta casi abrumador. En sus últimas giras es un tema fijo en sus conciertos, porque sólo con sistemas de audio modernos puede sonar como debe sonar —por eso, creo, la evitaba siempre en su era Wings— y llevar su actuación a un clímax no tan obvio como con “Hey Jude” o el medley de Abbey Road. Ya se ve: si alguien conoce el oficio del pop es Paul McCartney.

JESÚS: Esa primera etapa beatle de la que hablas, en la que hacían muchos covers, a mí me gusta asociarla con el bolero. Esas melodías suaves que, digo yo, tenían más en común con tríos como Los Tres Ases o Los Panchos que con discos como Rubber Soul o Revolver, que harían a la vuelta de unos años. Una sensibilidad muy otra y que, en efecto, suma a la trayectoria, no resta. (Habrá pedantes que digan que Romancero gitano es un libro menor de García Lorca, pero para que existiera Poeta en Nueva York tuvo que escribirse primero el “Romance sonámbulo”). 

ESTEBAN: Ahí está “I’ll Follow the Sun” para darte la razón. Y esa secuencia de acordes descendentes en “Do You Want to Know a Secret”. ¿Será una de las razones por las que pegaron tan duro aquí en México? Y… ¿Romancero gitano es menor? ¡Seguro lo dicen los que aseguran que Please Please Me es un disquito cualquiera! Alerta de spoiler: no tienen razón.

JESÚS: Ahora que lo recuerdo, de hecho hicieron una versión de “Bésame mucho”, ni más ni menos.

ESTEBAN: Ni más, ni menos. La tocaron en su audición para Decca y, de nuevo, en su prueba para Parlophone con George Martin. En las sesiones para Get Back la retomaron en sus jams. Era una canción que conocían muy bien y el que la trajo al grupo fue —ya no es sorpresa— Paul.

El pop es toda una cuestión, una cultura, un universo. No se trata sólo de los sonidos, aunque son su fundación. Es corporal, así que trata de lo que uno se pone encima, también. Es sensorial, así que cuenta todo. Y abarca todo: se apropia de las cosas y las devuelve transformadas, no siempre para bien. Con los Beatles, siempre funcionó para mejor: bebieron  de la gran música de sus tiempos de formación y nos entregaron un corpus sorprendente. Y, además, sentaron las bases de la iconografía del pop moderno.

En ese aspecto, la portada de Band on the Run, de nuevo, es un asunto en el que hay que hacer una pequeña parada. Paul recurre, de nuevo, al truco de Sgt. Pepper al que recurrió Ringo en su disco homónimo lanzado unas semanas antes, el 2 de noviembre de 1973: ponerse al centro de un montón de personajes distintos, algunos amigos, algunos célebres. La de Wings, sin embargo, es más minimalista y cuenta una historia: un escape de una prisión, real o figurada. Ahí están Paul, Linda y Denny Laine, el núcleo de la banda, además de los actores James Coburn y Christopher Lee, el presentador de televisión Michael Parkinson, el cantante Kenny Lynch, el boxeador John Conteh y el chef y escritor Clement Freud. La foto es de Clive Arrowsmith y el escenario es Osterley Park, una finca georgiana en el oeste de Londres.

You gave me something
I understand
You gave me loving in the palm of my hand
I can’t tell you how I feel
My heart is like a wheel
Let me roll it
Let me roll it to you

JESÚS: “Let Me Roll It” se me ha quedado reescrita en la memoria después como una de las mejores interpretaciones que le he escuchado a McCartney en vivo. Y a mí me tocó ir a los dos conciertos de Paul en el Foro Sol en 2010. Al primero por mi cuenta y al segundo, precisamente, porque a Raúl, mi mentor Beatle, le quedaron unos boletos libres de última hora. Yo trabajaba entonces en una agencia de publicidad en Polanco. Todos los días, mientras hacían el aseo, los trabajadores de intendencia escuchaban La hora de los Beatles en Universal Stereo. Concretamente, don José Luis era asiduo al cuarteto. Y era un fan en serio. Cuando supe que sobraba un boleto, le propuse que fuéramos. Fue increíble ese segundo concierto, en medio de la lluvia de mayo, sobre todo por él, porque tenía a lo mejor cuarenta o cincuenta años oyendo a los Beatles y ahora estaba escuchando a Paul en vivo y fue muy feliz durante ese rato. Recuerdo concretamente cuando empezaron a sonar esas primeras notas pegajosísimas de “Day Tripper” y don Jose, exultante de emoción, gritaba: “¡La coqueta! ¡La coqueta!”. Y se puso a bailar.

ESTEBAN: Esas son pequeñas grandes muestras de lo que puede hacer la música. A veces nos da por llamarle “magia” o “poder”, pero no acaban de gustarme porque no son términos precisos, no describen lo que realmente sucede. Tendríamos que inventarnos uno nuevo.

Y, en ese sentido, cuando hablamos del poder o de la magia de la música hay que remitirse siempre a los Beatles. Pasan las décadas y siguen siendo un misterio.

“Let Me Roll It” es una canción clásica que me hace pensar en los Beatles: siempre se ha dicho que es un tema en el estilo de John y me parece que hay mucha razón en esta idea. Hay que quitarle la correa a la imaginación y pensar en cómo habría sido un jam de John y Paul para darle forma al tema. Tal vez hubiera sido la chispa para encender el impulso de una reunión, por más breve que fuese. Sé que ya estoy en medio de una digresión salvaje, pero nadie va a detenerme.

JESÚS: Salud, digo con una pinta de stout en mano.

ESTEBAN: Preparándome para el concierto de Macca en Ciudad de México, Estadio Azteca, del 28 de octubre de 2017 —apenas unas semanas después del temblor—, recuerdo ver en la televisión una repetición del show de Jools Holland de 2010 en la que Paul toca “Let Me Roll It”. Me quedé pasmado. La canción siempre me gustó pero esa vez, frente a la pantalla, la entendí de otro modo. Estaba, también, en un momento de mi vida en el que tenía una sensibilidad muy particular; no ahondaré mucho en esto, pero pasa que canciones que te sabes de memoria de repente te asaltan con toda su gravedad cuando estás vulnerable, cuando bajas las defensas, cuando te das un descanso de pelear contra el mundo y las circunstancias. Eso me sucedió. Y cuando la tocó aquella noche de octubre en el Azteca, entendí muchas cosas. Me vi, ahí rodeado de miles de personas, pero solo en el mundo: solo, armado de canciones, y Paul McCartney era mi cómplice porque había pasado por lo mismo que yo y lo decía con ese riff, con ese coro, con ese grito en la frase “that you’re going to be mine”. Ahí decidí que había que hacer algo que había pasado por mi cabeza pero que había descartado con argumentos falsos, pero cómodos. Tardé, pero lo hice. Y, a la larga, fue una decisión que me hizo muy feliz. Paul rolled it to me y yo lo dejé. Y aquí seguimos, still rolling, porque es la única manera. Estamos vivos y hay que hacer algo con eso.

And Jet
I thought the only lonely place
Was on the moon…

ESTEBAN: “Jet” podría ser mi canción favorita de McCartney. No diré que lo es porque no me gusta hacer aseveraciones tan cerradas y que limitan otras posibilidades, pero le tengo un cariño singular. Me emociona de una manera especial y aquí es una cuestión de pura sonoridad, porque la letra en realidad es brillante por ser una serie de palabras que tejen una melodía, no por su profundidad ni por su ingenio; de hecho, en momentos cae en el absurdo (“I thought that the major was a lady suffragette”) pero es parte de su encanto: su sentido es totalmente sonoro, musical. Es una canción eufórica.

When the bus
Has left the stop
You’d better drop
Your hurrying

JESÚS: Los Beatles no se entienden sin el absurdo. El nombre mismo de la banda tiene algo de absurdo. El Yellow Submarine es una gran oda al absurdo. Si alguien cree que las instrucciones para escribir poemas dadaístas se quedaron en una puntada de Tristan Tzara en los años veinte, que vea las sucesivas versiones de la letra de “Get Back” en el reciente documental de Peter Jackson. ¡Salud por Dr. Seuss y por Dr. Robert! 

ESTEBAN: Los Beatles como continuadores de lo dadá es una idea con mucho sentido y no es una cuestión de pura intuición: ya en “Maxwell’s Silver Hammer” se menciona la patafísica por nombre. La obra de Lennon está salpicada por el absurdo como objetivo y como técnica desde muy joven, que los Beatles fueran todos fans de los Goons —hecho que influyó en que se consolidara su relación con George Martin, quien les había producido discos— y hay improbabilidades lingüísticas a cada rato —¡toma eso, Chomsky!— en sus canciones: de “I Am the Walrus” a “Why Don’t We Do It In the Road”, de “Fixing A Hole” a “Dig a Pony”, pasando por cosas como “Everybody’s Got Something To Hide Except For Me And My Monkey”. Eran geniales para lo inesperado, para las pequeñas vueltas de tuerca. Los Beatles son los grandes vindicadores de lo lúdico: jugar para crear.

Y vuelvo al o-je-jó de “Mrs. Vanderbilt”. Y a ese bajo que también va cantando su propia melodía. Es una canción como para quedarse a vivir. Es descaradamente jovial. Y eso me gusta: es pop. Es un recordatorio de que un poco de levedad no hace daño a nadie; es más: todo lo contrario. Es una gozada escucharla y cantarla y saltarla y bailarla y sentirla. Y ese coro que ni Bob Marley: “What’s the use of worrying? What’s the use of hurrying? What’s the use of A-NY-THING?

Es un álbum lleno de vida. Y no es sorprendente en McCartney, que ve luz hasta en los casos más desesperados. El disco se grabó en Nigeria en medio de un brote de cólera, con una dictadura encima y la paranoia de Fela Kuti, musicazo, quien creía que los ingleses estaban ahí para robarse los ritmos locales. Dos miembros de Wings desertaron —el batería Denny Seiwell y el guitarrista Henry McCullough— y sólo se quedó Denny Laine. En plena grabación, los McCartney fueron asaltados a punta de navaja y Linda, desesperada, salvó la integridad física de todos al insistir que Paul era un Beatle, que no los lastimaran. Las cintas con demos que llevaban sí fueron robadas, quién sabe qué sucedió con ellas. 

Una noche Paul creyó estar teniendo un ataque cardíaco, pero fue una combinación de su hábito de fumar con el calor sofocante de Lagos. Y, aún así, tenía la idea de grabar ahí y lo hizo. Las sesiones duraron tres semanas en septiembre de 1973, aunque en octubre hicieron otra parada en los estudios AIR de George Martin en Londres para grabar “Jet” y grabar detalles para otras canciones. El resultado fue Band on the Run. Es un álbum con un sonido y un sabor particulares que nació del caos. Desde siempre, chaos and creation: la obra maestra de Wings.

C/S.

Band on the Run, el álbum de Paul McCartney & Wings, llegó a las tiendas por primera vez el 30 de noviembre de 1973 en el Reino Unido y el 5 de diciembre de 1973 en Estados Unidos. Este texto existe para celebrar este medio siglo.

Unos días después de la publicación original de este texto, se anunció la muerte de Denny Laine. Que este sea, también, un homenaje al músico y amigo de los McCartney: siempre un Wing.

*Jesús Nieto (Salamanca, Guanajuato) estudió Sociología en la UNAM y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona. Es docente de humanidades y cuenta con el apoyo del Conahcyt para su estancia de investigación posdoctoral en el Departamento de Estudios Culturales de la Universidad de Guanajuato, Campus León. Además de artículos académicos y de divulgación, ha publicado los poemarios Memoria itinerante (Ultramarina, 2019) y Preludio del Alba (Itacatl/Gato tuerto, 2021).

**Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, escritor, músico de tres acordes, lector, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico. Edita el fanzine y blog La Trampa del Bulevar y ha colaborado con periódicos, revistas de circulación nacional, otros fanzines y revistas digitales; actualmente escribe en su Substack. Su libro Van Dyke Parks (un poemario sobre el genial músico estadounidense), está disponible en Amazon.

Deja un comentario