Esteban Cisneros: El inicio de la manía. A 60 años de “With the Beatles”

por Esteban Cisneros*

He said: “In winter 1963
It felt like the world would freeze
With John F. Kennedy and the Beatles”.
Yeah, yeah, yeah!
The Dream Academy, “Life in a Northern Town”

Roll over Beethoven, we’re rockin’ in two-by-two
El 25 de abril de 1844 se publicó, en un folletín, un fervoroso texto firmado por el poeta alemán Heinrich Heine, célebre por su Libro de Canciones (1827). En él, Heine discutía un fenómeno iniciado en Berlín en 1841 y que se contagió rápido en otros países europeos: la locura del público por la música y, sobre todo, por la figura del pianista y compositor húngaro Franz Liszt. El motivo era una temporada de conciertos en París. Heine se muestra complacido pero, sobre todo, anonadado por el frenesí, la excitación con que los fanáticos de Liszt demostraban su amor por el músico. Llamó Lisztomanía a este desmedido afecto. Por lo que recogen las crónicas de la época, el nombre le iba perfecto.

Hombres y, sobre todo, mujeres, perseguían a Liszt cuando se encontraba en sus ciudades. Se peleaban por verlo pasar, por conseguir entradas a sus conciertos; había griterío y sudor y sangre, las cosas que tocaba —pañuelos, cigarrillos, el suelo sobre el que pisaba— adquirían un nivel de reliquia y su rostro comenzó a aparecer impreso, dibujado y pintado por todos lados. Nunca antes, incluso entre los más fervientes amantes de la música, se había visto algo así. Parecía una cosa irrepetible, un capricho de la historia, una anomalía de la psique humana, una cuestión diabólica. Una manía, esa prima hermana de la locura.

And then while I’m away, I’ll write home everyday
1963 fue el año en que ya nada fue igual para John, Paul, George y Ringo, esos cuatro chavales de Liverpool que aún no tenían ni idea de la magnitud de su vida y obra, aunque ya se presentía algo grande. El año comenzó con la resaca de las últimas presentaciones de los Beatles en el Star Club de Hamburgo y un par de mini giras en Irlanda y Escocia. En febrero, grabaron su primer álbum, Please Please Me, que llegó a las tiendas en marzo. El 8 de abril, nació en el hospital general de Sefton, Liverpool, el primer hijo de uno de ellos: Julian, hijo de John Lennon y su esposa Cynthia Powell. Tres días después, los Beatles lanzaron su tercer single: “From Me To You” con “Thank You Girl” en la cara B.

Se pasaron la primavera y el verano entre conciertos, grabaciones de radio para la BBC y sesiones de fotografías, buena parte de ellas con Dezo Hoffmann. Comenzaron a mudar su base de operaciones de Liverpool a Londres. A John Lennon se le dio un apartamento especial para que pudiera estar con Cynthia y Paul McCartney conoció a la joven actriz Jane Asher y no sólo quedó prendado de ella, sino de su cosmopolita mundo de libros, teatro, música y arte. La inspiración ahora era real y no sólo la nostalgia porteña y las canciones que salían de las bocinas de la radio y de las dansettes.

Foto: Dezo Hoffmann

La ciudad les abrió posibilidades que comenzaron a tomar de inmediato: ya no eran unos teddy boys adolescentes, sino unos jóvenes que, portando las mejores modas de Savile Row, tenían apetito de mundo. Ahí estaban en el Londres de 1963 con sus clubes, sus salas de conciertos, sus galerías, sus calles y su elegante sordidez de capital del imperio. Tomaron lo que se les daba pero se negaron a darse a sí mismos: a cambio dieron su música y su talento. Ellos siguieron hablando por la nariz en orgulloso scouser, con la ligereza y el humor de Liverpool, con la misma irreverencia —si no es que aumentada— y sin perder su aire de asombro provinciano: de eso también se trataba ser un Beatle. Y resultaba profundamente subversivo.

En Estados Unidos, la pequeña disquera VeeJay adquirió los derechos para lanzar su música y, además de sus singles, editó Introducing the Beatles el 22 de julio; el disco hizo poco ruido, pero comenzó a preparar el camino a la invasión que se completaría en 1964. Entre presentación y presentación, John y Paul componían en cuartos de hotel, asientos traseros de autos, en sus apartamentos; rescataron, además, algunas canciones viejas de los tiempos casi infantiles de Liverpool, cuando querían ser Gene Vincent o Eddie Cochran. El mismo George Harrison se planteó la posibilidad de ser un Carl Perkins y se sentó a escribir canciones; hay registro de al menos dos: “You Know What To Do”, que quedó olvidada hasta 1995 cuando vio, por fin, la luz en Anthology 1, y “Don’t Bother Me”.

Foto: Dezo Hoffmann

Y es que los Beatles, en especial John y Paul, se curtieron como compositores gracias a las exigencias y a la competencia. A Lennon siempre se le ha identificado como un compositor vivencial y a McCartney como inventor de tonadas, aunque esta primera etapa del grupo desmiente el juicio: ambos confeccionaban canciones lo mismo por comisión que por convicción. Ese era el modus operandi de unos Beatles que, justamente por aprender su oficio así, en cuestión de meses se convertirían en la máxima referencia de composición pop en el mundo y, quizás, en la historia.

I know I’ll never be the same
En 1963, los actos pop eran aún vistos como un capricho adolescente, como mercancía que respondía a un ciclo de demanda de mercado por lo general corto y sometido a la volubilidad de los escuchas. Había que aprovechar el tirón. Sin perder el tiempo, el 1 de julio de 1963 se grabó “She Loves You”, no sólo uno de los singles más importantes de los Beatles; en retrospectiva, se trata de uno de los discos sencillos definitorios de la era pop, cuya importancia en lo musical y lo social no tiene parangón. Quizás el single que define el pop del siglo XX, con su compleja mezcla de ganchos irresistibles, una letra caprichosamente experimental —la historia de amor en segunda persona, el yeah yeah yeah que logró sobrepasar incluso al awopbopaloobop alopbamboom como ese grito primordial de toda una era, el inusual compañerismo afectivo entre dos hombres que se hablan sin ambages en la letra—, la instrumentación sencilla y precisa, y un sonido que definió perfectamente el concepto de juventud. Se lanzó el 23 de agosto de 1963 y vendió más de un millón de copias en el Reino Unido. Si alguna vez quisieron ser más grandes que Elvis, aquí se vio que era posible.

A inicios de los años ‘60, un contrato estándar de grabación de un acto musical con una compañía disquera incluía la producción de varias obras al año. En el caso de los Beatles, acordaron entregar a Parlophone dos álbumes completos y cuatro singles cada doce meses. El éxito de Please Please Me funcionó de dos maneras para la planeación de este disco: por un lado, quitó presión pues hizo que el nombre Beatles significara “algo” en la imaginación popular; por el otro, puso presión para ofrecer un producto de igual o mayor calidad. Si el primer LP se grabó, con cierta prisa, el segundo ya era otro asunto: entre las ocupaciones del grupo y la intención de que fuera una sólida colección de canciones —la idea del álbum como una entidad artística aún no despegaba— se dieron varias sesiones de grabación, comenzando en el verano, para poder confeccionar un producto que estuviera a la altura de las expectativas del creciente público del grupo. 

12 de septiembre de 1963. Foto: Norman Parkinson

El disco se grabó en siete sesiones a lo largo de casi cuatro meses, aprovechando algunos de los pocos días libres que tenían. Todas fueron producidas por George Martin en el estudio 2 de EMI en Abbey Road. El 18 de julio grabaron cuatro versiones. Dos de ellas fueron hits de Motown: “You Really Got A Hold On Me”, un maravilloso soul plañidero de Smokey Robinson y la áspera “Money (That’s What I Want)” de Barrett Strong, compuesta por Janie Bradford y Berry Gordy, ambas cantadas por John Lennon, devoto del sonido de Detroit; “Devil in Her Heart” de las Donays, compuesta por Richard B. Drapkin, cantada por George Harrison; y “Till There Was You” de Meredith Wilson, cantada por Paul McCartney, extraída del musical The Music Man. La grabación de esta última canción, sin embargo, no fue satisfactoria y se consideró repetirla en una futura sesión.

El 30 de julio volvieron al estudio a registrar “Please Mr. Postman”, otro hit Motown de las Marvelettes, y “It Won’t Be Long” de John, por la mañana. Después de grabar una sesión para Saturday Club, programa de la BBC, regresaron por la tarde a regrabar “Till There Was You”, abandonada unos días antes, junto a “Roll Over Beethoven”, el clásico rock’n’roll de Chuck Berry, “All My Loving” de Paul y detalles para “Money” y “It Won’t Be Long”.

La siguiente sesión fue hasta el 11 de septiembre. John cantó “All I’ve Got To Do” y “Not A Second Time” y se trabajó en otras dos canciones que no se completaron sino hasta el día siguiente, “Little Child” y “Don’t Bother Me”. El 3 de octubre se hizo un tercer intento (los dos siendo en las sesiones previas) de completar “I Wanna Be Your Man” y dos semanas después, el 17, los Beatles grabaron su siguiente single —que no aparecería en el álbum—, “I Want To Hold Your Hand” con “This Boy” para el lado B. Por fin, el 23, se terminó “I Wanna Be Your Man” y, tras unos días intensivos de mezclas para mono y estéreo, el álbum estuvo listo el 4 de noviembre.

Lennon y Harrison, Hamburgo, 1962. Foto: Astrid Kirchherr

You just gotta call on me
Tras graduarse de Cambridge, Robert Freeman (1936-2019) comenzó a fotografiar la vida de Londres con dinamismo y originalidad. Su estilo anguloso y elegante le llevó a retratar a gente como el jazzista John Coltrane. Brian Epstein, el representante de los Beatles, contactó a Freeman con estas fotos en mente —siendo un aficionado al jazz pero, sobre todo, un gran conocedor de la industria y la cultura discográfica gracias a la tienda que regentaba en Liverpool, NEMS— para que hiciera algo similar con el grupo. La portada de Please Please Me había sido un trabajo apresurado y, si bien vendía bien a un grupo juvenil y con buen porte, los Beatles tenían ya otras ambiciones. Freeman les acompañó para familiarizarse con ellos: eran unos jóvenes que sabían bien lo que querían y tenían referencias claras. Una de ellas, Astrid Kirchherr, la fotógrafa alemana que, además de ser su amiga en los días de aprendizaje de Hamburgo a inicios de la década, les hizo sus primeros retratos como banda. Y cómo lucían en aquellos, con un alto contraste de luces y sombras, sus trajes de cuero y sus peinados de rocker norteño. El look había cambiado —de hecho, fue la misma Kirchherr quien lo transformó: ella también comenzó a peinar a los Beatles con mop tops, ese revolucionario estilo que lo mismo tenía de existencialismo que de pop— y a los cuatro les atraía la idea de tener una nueva imagen que les hiciera ver tan diferentes como lo eran.

El 22 de agosto, en el comedor del Palace Court Hotel de Bournemouth, los Beatles, uniformados con sofisticados suéteres de cuello de tortuga al más puro estilo continental, fueron fotografiados por Freeman para la portada del próximo disco. Se usó la luz que entraba por una ventana y una cortina oscura para el fondo. Se hicieron varias tomas y en la que se consideró como la mejor, John, Paul, George y Ringo miran a la cámara serios, como retando a la cámara, reteniendo un secreto que es evidente que sólo ellos saben pero todos queremos descifrar. El blanco y negro profundo hace parecer que los Beatles son una sola entidad con cuatro cabezas. Ringo está hincado en el suelo para caber en el formato cuadrado de los empaques de discos de 12 pulgadas, lo que le da a la composición mayor complejidad y una extraña asimetría.

Es plausible, también, que la inspiración haya surgido —de manera consciente o no— de La Jetée, el magistral cortometraje de Chris Marker estrenado en 1962. Una de las películas avant garde más celebradas de todos los tiempos, cuenta la historia de una sociedad postapocalíptica en un París distópico. En cierta escena, aparece una imagen con cuatro caras en una oscura habitación subterránea.

A EMI, que tenía potestad sobre Parlophone, no le gustó que sus muchachos no sonrieran para la portada del disco, pero George Martin convenció a los ejecutivos de que la usaran de todas maneras. La idea original era que la fotografía apareciera sin letreros ni logotipos, pero al final ganó la decisión de la disquera de colocar información escrita para no despistar al público. La tarifa del fotógrafo fue de 75 libras. La sesión duró menos de una hora.

Freeman diseñó y capturó las portadas de los siguientes cuatro álbumes de los Beatles —A Hard Day’s Night, Beatles for Sale, Help! y Rubber Soul— y trabajó como fotógrafo oficial del grupo hasta 1966, cuando su propuesta para la portada de Revolver fue rechazada por la banda. En 1968, dirigió la película de culto The Touchables, con Judy Huxtable y David Anthony, con música de la banda londinense de pop psicodélico Nirvana.

There were bells on a hill
La noche del 13 de octubre de 1963, los Beatles aparecieron en el programa de televisión Sunday Night at the London Palladium, producido por el empresario teatral Val Parnell mediante Associated Television, Ltd. (ATV), que se transmitía por la cadena ITV (Independent Television). Se trataba del show de variedades más popular del Reino Unido, con un rating de alrededor de 15 millones de televidentes por emisión.

El London Palladium es un teatro en Argyll Street, en Soho, que puede acomodar a 2,286 personas sentadas. El show solía agotar todas sus entradas. En el momento en que el presentador Bruce Forsythe anunció a los Beatles, la audiencia se convirtió en un monstruo: el ruido de los gritos fue, por primera de incontables veces, ensordecedor. El grupo tocó cuatro canciones: “From Me to You”, “I’ll Get You”, “She Loves You” y “Twist and Shout”. Antes de la última, Lennon tuvo que pedirle al público que se callara un poco para poder escuchar la música. Quizás todo era un capricho juvenil de una generación que se había graduado del trauma de la posguerra, que ya no tenía que hacer el servicio militar obligatorio, que tenía a unos nuevos héroes que llevaban el pelo largo y se pitorreaban abiertamente de la autoridad. Era una explicación sensata. Pero, quizás, también, estaban acudiendo al nacimiento de un fenómeno más hondo y complejo.

Como sea, al día siguiente, los Beatles estaban en boca de todo el reino. 

You really got a hold on me
Los Beatles también actuaron frente a la Reina y la familia real el 4 de noviembre de 1963 en el teatro Príncipe de Gales, cerca de Leicester Square. Fueron parte de la Royal Variety Performance, un show producido por Bernard Delfont por orden real. Antes del programa, que fue transmitido por ITV una semana después con una audiencia de casi 20 millones de televidentes, los Beatles eran una curiosidad para buena parte del público. Cuando terminaron —incluso después del chiste de Lennon en que pedía a la gente de los asientos caros no aplaudir, sino agitar sus joyas— eran una sensación nacional. Invadieron la pompa y circunstancia londinenses con sus acentos scouser, sus cabelleras salvajes y sus botines de tacón cubano. Opacaron incluso a Burt Bacharach y a Marlene Dietrich.

¿Podía pedirse algo más? ¿Podían alcanzar cimas más altas?

Since you left me, I’m so alone
El viernes 22 de noviembre de 1963, a las 12:30 de la tarde, tiempo central, el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, fue alcanzado por dos balas en Dallas, Texas. Fue llevado al hospital Parkland, donde su muerte fue declarada a la 1 de la tarde. Tenía 46 años.

El país entero se sumió en el desconcierto y la depresión. Más allá de que Kennedy no fuera popular con algunos sectores de la población —algo esperable, deseable incluso, en una democracia—, fue uno de esos momentos en la historia en que se demostró la vulnerabilidad del gran imperio del final del milenio. El optimismo rampante de la posguerra, de repente, pareció pura ingenuidad. El piso se volvió blando. Una pesada sombra se instaló sobre toda la nación.

Lo que nadie imaginaba es que, justo ese mismo día, ya se fabricaba un antídoto al otro lado del océano.

So come on, come on, come on!
El viernes 22 de noviembre de 1963, llegó With the Beatles a los estantes de las tiendas del Reino Unido, con órdenes anticipadas de medio millón de unidades. Lideró las listas de ventas por 21 semanas. El 25, salió a la venta en Canadá. Una versión distinta del disco llegaría a los Estados Unidos en enero de 1964 con el título Meet the Beatles.

With the Beatles representa la continuidad del sonido beat de Please Please Me, aunque con un sonido más hondo y elaborado. Es un disco que corre riesgos al presentar, de nuevo, ocho canciones originales de Lennon y McCartney, cuya ambición creativa va a consolidarse bien pronto. Aquí, los Beatles ya saben de lo que son capaces y ensayan para lograrlo.

“It Won’t Be Long” es una canción eufórica que amalgama los ingredientes de los hits previos del grupo: una pista de voz chirriante, armonías vocales —¿o nasales?— fulgurantes, guitarras afiladas, coros de call-and-response —yeah, yeah, yeah— y un ritmo acelerado. Armónicamente es atrevida, con algunas secuencias de acordes brillantes por inesperadas y otras por ser completamente familiares. Pudo haber sido un single, pero como tema abridor del álbum cumple con el cometido de sentar el tono y subir la adrenalina.

En “All I’ve Got to Do”, Lennon recurre a las baladas soul para inventarse una canción inofensiva, pero encantadora. Las imágenes de la letra son hurtos del pop gringo (“call you on the phone”), está llena de rimas facilonas y sílabas que se ajustan a una melodía que, a lo Arthur Alexander, alcanza un clímax gritón en el coro para luego transformarse casi en un suspiro.

La dulzura de “All My Loving” es total, una de las primeras joyas del joven McCartney. La letra, simplona hasta decir basta, hasta resulta excitante gracias a la convicción con que el grupo ataca la canción. Ringo bate los tambores como si tocara con una big band, George se saca de la chistera un solo country de lo más pegadizo y John toca la guitarra rítmica a una velocidad casi punk. Paul, claro, la canta con tantas ganas que uno se la compra. Pop del bueno.

Con “Don’t Bother Me”, George se estrena como compositor en una placa Beatle, con una canción gruñona y con unas armonías muy extrañas, una especie de antecedente de su futura “I Want To Tell You”. Es un tema totalmente adolescente y voluble —Harrison es el más joven del grupo— que va de la amargura de los versos a la nostalgia de los puentes con una facilidad pasmosa; los silencios entre los coros y los versos muestran el titubeo de la confusión de sentimientos. El abordaje del juego de guitarras entre John y George comienza a allanar el camino para temas más pesados como “Taxman” o “Dr. Robert”.

Con “Little Child” los Beatles se apuntan una linda canción de relleno, con poca sustancia y mucho ritmo. Además, en algún momento había que sacar la armónica, que resultaba esencial en el sonido Beatle de 1963: apareció en “Love Me Do”, “Please Please Me”, “From Me To You” y “Thank You Girl”. Lo mismo sucede con “Hold Me Tight”, un rock’n’roll brincón que destaca también por sus contrastes: del grito eufórico (“It’s you! You-you-you!”) al gesto de agradecimiento por la suerte que representa el puente (“being here alone tonight with you”) que desemboca de nuevo en júbilo en un ciclo que termina cuando el grupo parece quedarse sin gasolina de tanto jolgorio.


12 de septiembre de 1963. Foto: Norman Parkinson

El caso de “I Wanna Be Your Man” es particular, pues es lo mismo una canción de los Rolling Stones (lanzada como single el 1 de noviembre de 1963) que de los Beatles. Lennon y McCartney ya tenían el esqueleto de la canción. Tras encontrarse en la calle a Andrew Loog Oldham, representante de los Stones, lo acompañaron al estudio De Lane Lea en Londres, donde grababa el grupo «rival», donde terminaron la canción frente a todos los asistentes como si se tratara de un técnico que va a reparar un teléfono descompuesto. Los Rolling Stones aún no componían su propio material —aunque, por fortuna para todos, no tardarían tanto— y el gesto de los Beatles nos hace ver no sólo la amistad y la afinidad de los dos grupos, sino también la gran confianza que comenzaban a tenerse Lennon y McCartney como hacedores de canciones.

“Not A Second Time” es otra canción que se atreve a —o, cuando menos, intenta— ser distinta a una típica tonada beat. El tema es, de nuevo, el desamor y los corazones rotos, y el arreglo de la canción añade un piano grave como una sombra a los acordes de guitarra de Lennon. Es célebre el comentario del musicólogo William Mann en The Times sobre la “cadencia eólica” que hace Lennon al final de la canción, comparando “Not A Second Time” con Das Lied von der Erde de Gustav Mahler. A Lennon la alusión le confundía lo mismo que lo enorgullecía: es la primera vez en que la música de los Beatles se consideraba en serio, no sólo como un producto de las modas pasajeras. Podría argumentarse que, en ese sentido, esta canción y “All  My Loving” representan el espíritu de With the Beatles.

El 29 de noviembre se lanzó el single “I Want to Hold Your Hand”, la llave que les abrirá la puerta de los Estados Unidos en el invierno de 1964. Pero esa es otra historia, para otra ocasión.

Roll over Beethoven and tell Tchaikovsky the news!
El 2 de noviembre de 1963 se publicó, en el periódico Daily Mirror de Londres, un fervoroso texto. En él, un autor cuyo nombre no figura discutía un fenómeno iniciado en Liverpool en 1961 y que se contagió rápido a otras ciudades inglesas (“incluso la apacible Cheltenham”, dice el artículo): la locura del público por la música y, sobre todo, por las figuras de los cuatro greñudos de Liverpool, los Beatles. El motivo era una temporada de conciertos y apariciones en la radio y la televisión inglesas. El autor se muestra complacido pero, sobre todo, anonadado por el frenesí, la excitación con que los fanáticos de los Beatles demostraban su amor por el grupo. El texto se tituló Beatlemanía. Por lo que recogen las crónicas, las películas y los testimonios de la época, el nombre iba perfecto. Y la cosa apenas comenzaba: en cuestión de meses, iba a esparcirse por el mundo entero.

El término ya se había usado en octubre, el día 21, en el Daily Mail, en una nota del periodista Vincent Mulchrone titulada This Beatlemania. Andi Lothian, promotor de conciertos, asegura que el término ya se mencionaba durante una gira escocesa, recién comenzando el otoño de 1963. No importa: nunca antes, incluso entre los más fervientes amantes de la música, se había visto algo así. O tal vez sí, pero casi 120 años antes, con un tal Franz Liszt, y nadie vivo estaba ahí para contarlo. Parecía una cosa irrepetible, un capricho de la historia, una anomalía de la psique humana, una cuestión diabólica. Una manía, esa prima hermana de la locura.

Han pasado apenas 60 años. Veamos qué nos dicen los próximos 60.

C/S.

*Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, escritor, músico de tres acordes, lector, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico. Edita el fanzine y blog La Trampa del Bulevar y ha colaborado con periódicos, revistas de circulación nacional, otros fanzines y revistas digitales; actualmente escribe en su Substack. Su libro Van Dyke Parks (un poemario sobre el genial músico estadounidense), está disponible en Amazon.

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